domingo, 9 de junio de 2013

LA ROCA Y EL CARACOL

La gente a mi lado pasa riendo y yo, caminando sola, voy despacio, la ciudad me envuelve y el olor del asfalto me marea. No hay prisa, el cielo está sereno y ando hasta escapar del enjambre de vivos, ando sintiendo el aire fresco de la noche, embriagada de estrellas me quedo a percibir la aparente paz del universo…pero…alguien llora…me acerco, una pequeña roca derrama tristes lágrimas. Sus ojos me cuentan su amargura, me dicen que:
“Mucha gente la quería, tenía muchos amigos que vivían a su refugio; lombricillas sinceras y juguetonas, algún que otro bichillo de bola que pasaba por allí y se quedaba a pasar la noche… Pero había un caracol al que quería darle algo más que cobijo, le dejaba pasar por sus partes más finas, por sus partes más salvajes y le decía cuánto lo amaba. Él se iba y dejaba tras de sí su pequeño perfume húmedo, se iba cantando alegremente en busca de yerbas frescas y volvía con un aroma a campo en su boca que depositaba en la piedra. Ella era tan feliz que vibraba, se volvía más grande, más extensa, creía que ocupaba el mundo. Nunca ninguna roca había sido tan dichosa, el caracol la miraba… Arriba, un pajarillo humilde buscaba su nido bajo un árbol y deseándoles buenas noches se quedaba dormido; entonces el caracol y la roca se amaban… sólo el pajarillo lo sabía, los demás no lo hubieran aprobado, ¿Qué se podía esperar de ellos?, ¡ni siquiera podían tener hijos!
Aquella mañana no nació el sol, unas nubes se desgarraban en la tormenta mansa y los árboles cedían su techo en la confianza de la nueva tierra mojada. El caracol despertó mojado sobre la roca, era feliz, ya volvería el sol, mientras tanto había que beber el agua fresca, reciente. Ella mojada, resbaladiza, estaba preciosa, hubiera ido a pasear de buena gana y se preguntó por qué no podía hacerlo pero no buscó mucho la respuesta, no le importaba demasiado. En esos momentos empezó a oírse un bullicio desacostumbrado, todos los animales corrían a ponerse a cubierto gritando lo mismo a los un poquito más sordos; se notaba retumbar la tierra y comenzaron a verse niños, niños que buscaban algo y tenían bolsas, sí bolsas con…¡oh no, caracoles!... Uno pecoso con grandes paletas se acercó a la roca y fue a tomar el caracol, él se aferraba a ella pero toda su fortaleza no fue nada, se elevó en el aire en manos del niño que se alejó tranquilo buscando nuevas presas y gritando “mirad éste, parece un trocito de nieve”.

Me acerco a ella y paso mi cara y mi pelo por su superficie casi blanda. Vuelvo triste a mi sitio para vivir donde imagino que las calles son ríos, los pisos montañas y selva y los trozos de cielo grandes estrellas que me miran sonriendo.

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