martes, 11 de junio de 2013

LA FLOR

Hace muchísimos años vivía en la otra orilla del río una flor celeste de pétalos dulces. Cada día que pasaba su mirada era más y más triste, sus lágrimas más gruesas y constantes, su azul más pálido.
El río quería devolverle la alegría y le mostraba peces de lindos colores, le cantaba canciones aprendidas allá por las montañas, allá donde aún se columpiaba la nieve y saltaba de roca en roca vadeando ramas hasta que al fin se dejaba convertir en río.
Por las noches, cuando la luna bailaba su danza secreta, le pedía a la flor que se asomase, que no había en la tierra nada más bonito que la luna bailando en la música de sus aguas; pero ella siempre cerraba los ojos, no quería escuchar su canto ni hacer caso a sus palabras y seguía con su tristeza.
Una tarde, cuando el sol se puso sobre ella, miró su sombra y vió que a su lado había otra sombra, un poco mayor, igual a ella, que reía con el río. Entonces, después de muchos días, reunió sus fuerzas y habló, con una voz casi inaudible habló:
-¿de que te ríes hermana, acaso la mariposa te ha enseñado el secreto de su vuelo o la luna cómo emitir uno solo de sus rayos?
La otra flor y el río se quedaron en silencio y la flor que era de un amarillo radiante bordeado de blanco dijo:
-Mira tus hojas, están cada vez más mustias, ellas esperan que alegre savia les devuelva vida; que mires al sol sin avergonzarte de lo que eres para que los rayos no tengan que entrar a escondidas…
En ese momento intervino la luna.
-Yo sería dichosa si tuviera tus colores pero bien sé que me está prohibido por eso soy feliz con mi blancura.
Y la mariposa:
- Y ¿Quién no quisiera tener tu fino talle, tu cuerpo esbelto? Pero debo conformarme con mi pequeño vuelo.
La flor feliz siguió:
- Si todas las flores quisieran ser lunas no habría flores y las lunas no se podrían regocijar con sus colores. Si todas las flores quisieran también ser mariposas, entonces las mariposas no tendrían flores de las que alimentarse y podrían morir de tristeza.
Entonces añadió el río:
-Ya ves que eres querida e importante, todos te amamos y te necesitamos, todos deseamos que sigas siendo TU porque ya hay otros que no son lo que tu eres.

Mientras iba escuchando todo esto, el cuerpo se le había ido enderezando, su cabeza estaba más alta y el río la reflejaba salpicada de los últimos rayos de sol. El viento había secado sus lágrimas y la otra flor rozaba suavemente sus hojas. “Tienen razón, -pensó- todo este tiempo hubiera sido feliz si no hubiera deseado aquello que está fuera de mi alcance, aquello que me hubiera hecho dejar de ser yo misma. Tan solo tengo que aceptarme y ser sencilla y extraordinariamente yo, porque de esta forma es como todos me necesitan”.
Entonces, por primera vez al cabo de mucho tiempo, sonrió y su sonrisa se extendió por el bosque, por las ramas de los árboles más altos, por todas las piedras del río, por cada soplo de viento, por el pelo largo de las hadas; se extendió hasta cubrir el cielo y llenó con su presencia toda cosa viva de la tierra.
Y desde aquel día todo es armonía en la naturaleza porque cada pequeña cosa que la forma sabe que debe ser como es para formar el Todo.

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