martes, 18 de junio de 2013

MAMÁ

Estamos bien mamá, no detengas tu camino
No mires nuestra tristeza
Es la nostalgia, la añoranza por lo que fue y ya no será
Pero estamos bien
Al final de nuestro tiempo volveremos a encontrarnos
Sólo un suspiro para ti.
Mientras tanto empápate en la dicha
Que aquí tanta falta te hacía
Deja que todos los poros de tu cuerpo de luz
absorban esa vibración de paz
sanadora, regeneradora, necesaria
Descansa en el paraíso
De todas las batallas aquí libradas
Con los antiguos, como tú cariñosamente les llamabas
Y con papá.
No te fijes en estas lágrimas que caen
Sólo es la emoción de la despedida
Adiós mamá, feliz viaje.

C.R.A 27-6-1930 1-6-2013

martes, 11 de junio de 2013

LA FLOR

Hace muchísimos años vivía en la otra orilla del río una flor celeste de pétalos dulces. Cada día que pasaba su mirada era más y más triste, sus lágrimas más gruesas y constantes, su azul más pálido.
El río quería devolverle la alegría y le mostraba peces de lindos colores, le cantaba canciones aprendidas allá por las montañas, allá donde aún se columpiaba la nieve y saltaba de roca en roca vadeando ramas hasta que al fin se dejaba convertir en río.
Por las noches, cuando la luna bailaba su danza secreta, le pedía a la flor que se asomase, que no había en la tierra nada más bonito que la luna bailando en la música de sus aguas; pero ella siempre cerraba los ojos, no quería escuchar su canto ni hacer caso a sus palabras y seguía con su tristeza.
Una tarde, cuando el sol se puso sobre ella, miró su sombra y vió que a su lado había otra sombra, un poco mayor, igual a ella, que reía con el río. Entonces, después de muchos días, reunió sus fuerzas y habló, con una voz casi inaudible habló:
-¿de que te ríes hermana, acaso la mariposa te ha enseñado el secreto de su vuelo o la luna cómo emitir uno solo de sus rayos?
La otra flor y el río se quedaron en silencio y la flor que era de un amarillo radiante bordeado de blanco dijo:
-Mira tus hojas, están cada vez más mustias, ellas esperan que alegre savia les devuelva vida; que mires al sol sin avergonzarte de lo que eres para que los rayos no tengan que entrar a escondidas…
En ese momento intervino la luna.
-Yo sería dichosa si tuviera tus colores pero bien sé que me está prohibido por eso soy feliz con mi blancura.
Y la mariposa:
- Y ¿Quién no quisiera tener tu fino talle, tu cuerpo esbelto? Pero debo conformarme con mi pequeño vuelo.
La flor feliz siguió:
- Si todas las flores quisieran ser lunas no habría flores y las lunas no se podrían regocijar con sus colores. Si todas las flores quisieran también ser mariposas, entonces las mariposas no tendrían flores de las que alimentarse y podrían morir de tristeza.
Entonces añadió el río:
-Ya ves que eres querida e importante, todos te amamos y te necesitamos, todos deseamos que sigas siendo TU porque ya hay otros que no son lo que tu eres.

Mientras iba escuchando todo esto, el cuerpo se le había ido enderezando, su cabeza estaba más alta y el río la reflejaba salpicada de los últimos rayos de sol. El viento había secado sus lágrimas y la otra flor rozaba suavemente sus hojas. “Tienen razón, -pensó- todo este tiempo hubiera sido feliz si no hubiera deseado aquello que está fuera de mi alcance, aquello que me hubiera hecho dejar de ser yo misma. Tan solo tengo que aceptarme y ser sencilla y extraordinariamente yo, porque de esta forma es como todos me necesitan”.
Entonces, por primera vez al cabo de mucho tiempo, sonrió y su sonrisa se extendió por el bosque, por las ramas de los árboles más altos, por todas las piedras del río, por cada soplo de viento, por el pelo largo de las hadas; se extendió hasta cubrir el cielo y llenó con su presencia toda cosa viva de la tierra.
Y desde aquel día todo es armonía en la naturaleza porque cada pequeña cosa que la forma sabe que debe ser como es para formar el Todo.

domingo, 9 de junio de 2013

LA ROCA Y EL CARACOL

La gente a mi lado pasa riendo y yo, caminando sola, voy despacio, la ciudad me envuelve y el olor del asfalto me marea. No hay prisa, el cielo está sereno y ando hasta escapar del enjambre de vivos, ando sintiendo el aire fresco de la noche, embriagada de estrellas me quedo a percibir la aparente paz del universo…pero…alguien llora…me acerco, una pequeña roca derrama tristes lágrimas. Sus ojos me cuentan su amargura, me dicen que:
“Mucha gente la quería, tenía muchos amigos que vivían a su refugio; lombricillas sinceras y juguetonas, algún que otro bichillo de bola que pasaba por allí y se quedaba a pasar la noche… Pero había un caracol al que quería darle algo más que cobijo, le dejaba pasar por sus partes más finas, por sus partes más salvajes y le decía cuánto lo amaba. Él se iba y dejaba tras de sí su pequeño perfume húmedo, se iba cantando alegremente en busca de yerbas frescas y volvía con un aroma a campo en su boca que depositaba en la piedra. Ella era tan feliz que vibraba, se volvía más grande, más extensa, creía que ocupaba el mundo. Nunca ninguna roca había sido tan dichosa, el caracol la miraba… Arriba, un pajarillo humilde buscaba su nido bajo un árbol y deseándoles buenas noches se quedaba dormido; entonces el caracol y la roca se amaban… sólo el pajarillo lo sabía, los demás no lo hubieran aprobado, ¿Qué se podía esperar de ellos?, ¡ni siquiera podían tener hijos!
Aquella mañana no nació el sol, unas nubes se desgarraban en la tormenta mansa y los árboles cedían su techo en la confianza de la nueva tierra mojada. El caracol despertó mojado sobre la roca, era feliz, ya volvería el sol, mientras tanto había que beber el agua fresca, reciente. Ella mojada, resbaladiza, estaba preciosa, hubiera ido a pasear de buena gana y se preguntó por qué no podía hacerlo pero no buscó mucho la respuesta, no le importaba demasiado. En esos momentos empezó a oírse un bullicio desacostumbrado, todos los animales corrían a ponerse a cubierto gritando lo mismo a los un poquito más sordos; se notaba retumbar la tierra y comenzaron a verse niños, niños que buscaban algo y tenían bolsas, sí bolsas con…¡oh no, caracoles!... Uno pecoso con grandes paletas se acercó a la roca y fue a tomar el caracol, él se aferraba a ella pero toda su fortaleza no fue nada, se elevó en el aire en manos del niño que se alejó tranquilo buscando nuevas presas y gritando “mirad éste, parece un trocito de nieve”.

Me acerco a ella y paso mi cara y mi pelo por su superficie casi blanda. Vuelvo triste a mi sitio para vivir donde imagino que las calles son ríos, los pisos montañas y selva y los trozos de cielo grandes estrellas que me miran sonriendo.