domingo, 19 de mayo de 2013

Más sobre el respeto

Este es el capitulo sobre el respeto de mi libro "las tres claves para la educación de los niños".

Siento que está un poco sosa la página pero he intentado meter la ilustración de portada y no me lo ha permitido. Un poquito de paciencia y ya lo conseguiré algún día.


RESPETO

Si paciencia y firmeza son necesarias para una buena educación, el respeto es la condición esencial, la esencia misma de la educación. Pero el respeto tiene dos direcciones, el que yo tengo que mostrar a mi hijo como persona y el que él tiene que manifestar para tratar a los demás y a sí mismo. Si queremos que nuestros hijos aprendan a respetar a los demás tenemos que empezar por respetarlos a ellos y esto que parece tan obvio necesita algunas aclaraciones.

El respeto es la forma más pura de amor, y esto debemos tenerlo muy claro porque en nombre del amor, de la protección, del bien para nuestro hijo, muchas veces cruzamos esa línea indeleble por la cual lo que hacemos es negarles el derecho a ser ellos mismos, a crecer y desarrollarse plenamente.

Para empezar podemos partir de una simple idea: Trata a los demás como quisieras que te trataran a ti. (Y nuestros hijos no son distintos de los demás).

Este sería el esquema del resumen, pero un esquema sin más dice muy poco. Supongamos que tenemos un amigo en casa por unos días. Nuestro amigo es activo y madrugador. El domingo, ese día en que por fin podemos dormir hasta que nos plazca, a las 8 de la mañana llega a nuestro dormitorio encendiendo la luz, tirando de la manta y alborotando “¡Venga ya tanto dormir, arriba!”. Ese amigo debe ser muy valiente para hacer eso porque lo más normal es que le tiremos a la cabeza con lo primero que pillemos; o muy egoísta, o muy tonto, en cualquier caso si lo hace una vez no creo que le queden ganas de repetirlo…Pero resulta que si lo hace nuestro hijo de 4 años, ese que abre los ojos, baja de su cama y se va como un zombi para nuestra habitación pidiendo su leche o directamente diciendo que nos levantemos con él, a ese no le tiramos un zapato a la cabeza, a regañadientes nos levantamos para complacer al rey de la casa.

Cada vez que le permitimos cosas que no le consentiríamos a otra persona estamos reforzando su soberanía y su egoísmo y desde luego no le estamos educando en el respeto.

Pero, -podréis decir-, pobrecito, si tiene hambre, si está solo, aburrido… Os advierto una cosa, cada vez que os comportáis como criados del niño, él se empoderará más y más hasta convertirse en un tirano sin límites. Los padres están ahí para apoyar, amar y educar a sus hijos, no para ser sus esclavos. Ahí es donde está el límite, cuando un niño ya sabe o puede aprender a hacer algo por sí mismo, los padres deben dejar de hacérselo.

Pero, -insistís-, él no sabe calentar la leche. Bueno, pues que se conforme con unas galletas que dejaréis debidamente a su alcance y es una buena ocasión para que empiece a hacer cosas por sí mismo: ojear libros de cuentos, pintar, irse a dar una vuelta por la casa y buscarse sus propias aventuras… Es una estupenda oportunidad para que su creatividad se desarrolle en el entorno seguro del hogar.

La creatividad es esa condición inherente al ser humano que florece cuando estamos a solas con nosotros mismos y que necesita de libertad para poder manifestarse, que enriquece nuestra vida y que da a la persona pasión por lo que hace.

Pero, veamos otro ejemplo. Tú y yo estamos en una conversación interesante con alguien y una tercera persona no hace más que interrumpir y molestar intencionadamente. Por lo general o tú o yo le haríamos notar a esa persona su falta de respeto pero si lo hace un niño… bueno, es un niño, es normal que quiera que estén por él, que le expliquen qué significa cada palabra del tema que estamos hablando o que le respondan a cada pregunta suya sobre cosas que no son de vida o muerte en ese preciso momento, aunque tenga ya 10 años.

Este niño ejerce su tiranía con nosotros y también con todo el que se deje. No puede aprender los límites del respeto si no se los imponemos a él. Los padres muchas veces actuamos creyendo que hacemos un bien a nuestros hijos y les permitimos que abusen de nosotros, que nos utilicen como criados y como alguien de quien pueden sacar beneficio. Esta actitud podrá ser interiorizada por ellos como la forma normal de comportarse con todo el mundo con lo que al crecer y comprobar que los demás no le van a permitir ese tipo de comportamiento, pueden caer en agresividad y violencia para imponerse por la fuerza, o bien en depresión ya que la vida no es como ellos pensaban que era.

Por no hablar del número de casos en aumento de padres maltratados por sus propios hijos.

Tenemos otra cuestión: la de asfixiar a los niños o técnicamente, sobreprotección. ¿Quien no ha escuchado cosas como estas?:

-Niño, levántate del suelo que te ensucias.
-No te subas al árbol que te rompes la ropa.
-No corras que te puedes caer.
-Estate quieto que me mareas.
-Siéntate derecho.

Cuando sobreprotegemos a los niños les estamos impidiendo desarrollarse plenamente como personas. Como un árbol al que se van podando cuidadosamente todas sus ramas para convertirlo en un bonsái y del cual nunca llegaremos a saber en qué podría convertirse si permitiéramos a ese mismo árbol que se manifestara en su plenitud. Con un desarrollo en las mejores condiciones podría ser majestuoso, un núcleo de vida, de oxígeno, sombra y sonidos y sin embargo tenemos sólo un bonito bonsái al que admirar en cualquier rincón de la casa.

Es por eso que a pesar de que me encanta toda la variedad del mundo vegetal, los bonsáis me producen tristeza. Si a los niños no les permitimos ser ellos mismos, no respetamos su naturaleza innata, estamos recortando todas sus posibilidades de crecer como personas, de aprender por sí mismos, de equivocarse, de desarrollar su creatividad y posiblemente consigamos niños dóciles pero asustados del mundo, de la vida; niños aparentemente correctos pero con emociones reprimidas que, no olvidemos, pueden salir en cualquier momento en forma de trabas psicológicas o directamente como adolescentes rebeldes y/o adultos infelices.

Miedo, inseguridad, baja autoestima, tendencia a actuar con los demás de la misma forma dictadora y con la misma falta de empatía
con la que ellos, en nombre del amor, han crecido.

Muchas veces los padres sobreprotectores vienen de familias donde ha faltado el apoyo emocional o bien han sufrido malos tratos. Si ese es tu caso, no trates de compensar el abandono con la sobreprotección, porque ésta crea dependencia emocional por ambas partes, una preocupación excesiva que coarta la libertad de tu hijo y unas expectativas demasiado altas sobre él, que le abruman.

Suele ser habitual también en familias que tienen un solo hijo. Tratamos de que nuestro único hijo lo tenga todo, pero no confundáis amar con hacerles el camino fácil –que como estamos viendo es sólo en apariencia-. Amarlos es aceptarlos como son, respetando sus ideas y sentimientos pero sobre todo permitiéndoles tomar decisiones.

¿Cómo podemos saber si estamos sobreprotegiendo o sólo protegiendo al niño? Porque ninguno de nosotros vamos a estar dispuestos a reconocer lo primero, es como la paja en el ojo ajeno.

Veamos unas cuantas órdenes de las que damos con toda naturalidad a nuestros hijos:

1.- “Ponte el abrigo que hace frío” Como si los niños no tuvieran un sistema termorregulador que les dice cuándo han de ponerse el abrigo y que funciona de distinta manera que el de los adultos. Al igual que una anciana no se quita la chaqueta en verano a cuarenta grados y no le estorba, a los niños les sobra todo cuando están jugando y hay que verlos sudando, encendidos, con el gorro y los guantes puestos porque su mamá tiene frío.

2.- “No juegues con ese niño que es muy malo”. En lugar de permitir a nuestro hijo que descubra por sí mismo desde temprana edad con quien se siente a gusto y con quien no, le lanzamos mensajes de desconfianza y rechazo hacia otras personas impidiéndole además que pueda ir desarrollando estrategias de interacción abierta con los demás. No estamos ayudando en absoluto en su desarrollo evolutivo.

3.- “Siéntate ya, que estás sudando”. Como si el sudar en los niños fuese síntoma de estar al borde del colapso. Cuando damos este tipo de órdenes nos estamos buscando que nos desobedezcan, y cuando queramos que nos hagan caso en algo importante seremos nosotros los que sudaremos porque ellos no diferenciarán si es importante o no, será sólo una orden más.

4.- “No te bañes que te he puesto la crema para el sol”. A mi marido se lo hacía su madre de pequeño y ahora aborrece la playa y las cremas.

Con nuestra mejor intención vamos podando ramas del niño, evitamos que el niño explore su entorno sólo para que nuestros vecinos lo vean guapo, limpio y presentable. El niño, que es una máquina de exploración, tiene que replegarse ante los adultos que son una máquina de prohibición… Muchas veces la rebeldía surge antes de la adolescencia, de hecho es cada vez más común que a partir de los 6 años los niños ya muestren comportamientos rebeldes e incluso totalmente descontrolados y el abuso de este tipo de órdenes tiene mucho que ver.

Hagamos un acto de empatía, intentemos meternos en su piel, recordar lo que nosotros sentíamos cuando estábamos lejos del alcance de los adultos. ¿Entonces qué, a dejarlos salvajes que hagan lo que quieran? -diría mi madre-. No, pero sí a dejarles expresar su energía, su creatividad, sus emociones, su alegría por la vida.

Tendríamos que plantearnos ¿qué es más importante? Ya que tenemos un hijo vale la pena dedicar un rato de atención a preguntarnos qué queremos para él, ¿Que sea feliz o que vaya siempre presentable? ¿Que sepa respetar a los demás o que se preocupe sólo por sí mismo?

Porque hay que elegir, de lo contrario nos pasaríamos el día como dice la canción de Serrat “eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca”. Si a un niño lo bombardeamos todo el día con órdenes, él encontrará la manera poco a poco de ir haciéndose el remolón hasta que por un oído le entre y por otro le salga y cuando se trate de cosas realmente importantes actuará de la misma manera porque ya se convierte en hábito para ellos escuchar la cantinela y si no, fijaos en las abuelas, pueden dar más de 120 órdenes por hora y eso es una velocidad de riesgo porque el niño actúa como si oyera llover.

Por tanto es importante plantearse prioridades en la educación de los hijos y a veces no nos quedará más remedio que hacernos los locos y no mirar. Los niños saben que no hay que saltar en el sofá pero eso tiene un atractivo irresistible para ellos, es como las camas elásticas de las ferias. De vez en cuando no pasa nada si nos hacemos los suecos como que no hemos visto nada, el sofá habrá que cambiarlo de todos modos al cabo de un tiempo pero habremos dado la oportunidad a nuestro hijo de derrochar un poco de esa vitalidad que les quema por dentro y de sentirse felices por un rato.

Cuando entro en una casa en la que viven niños y todo está en su sitio limpio y ordenado, ya huelo el drama. ¿Dónde están el pan o la galleta babeada y restregada por las paredes o los muebles?, ¿Dónde están los lápices y papeles donde el niño garabatea?, ¿Y el agujero en cualquier rincón donde el niño escarba con su dedito para chupar el yeso de la pared?...

Ese hogar huele a rigor estricto donde lo importante no son las personas sino la casa, las cosas materiales. Las mesas y muebles auxiliares de un cristal brillante sólo admiten lujosas figuritas, porta fotos o centros de mesa, juegos de tocador, lámparas caras o ceniceros inmaculados, pero no papeles sueltos, libretas rayadas ni lápices de colores mordidos, menos aún plastilina que deja un rastro de color grasiento.

Tampoco armónicas o cualquier otro instrumento musical que de vez en cuando llame la atención del niño y pueda disponerse a trastearlo. Eso sí, la TV con el niño sentado por delante es perfecta, se está quietecito y no ensucia nada, eso sí se le permite y cuantas más horas mejor y aún más si lo tenemos encerrado dentro de un parque.




Pero después nos quejamos de que el niño no sabe entretenerse sólo, que hay que acompañarlo para que haga cualquier cosa si no queremos oír como un mantra “me aburro”.

Lo que el niño encuentra en su camino eso es lo que le llama la atención, si todo está perfectamente colocado en su estantería o guardado en el armario al niño no le interesa. Funcionamos así, también a los mayores nos pasa lo mismo.

¿Y si lo que le gusta al niño es tocar la batería? –podéis decir- Lo mejor que podemos hacer es proporcionarle una desde pequeñito, así se cansará de ella y de mayor podremos librarnos con bastantes probabilidades de ese tormento. Si no fuera así y a nuestro hijo le siguiera apasionando aporrear ese instrumento, lo único que nos quedaría es consensuar horas de ensayo en las cuales podríamos aprovechar para salir a hacer recados, o ponernos unos auriculares con música relajante.

No hay nada mejor que podamos hacer por nuestros hijos que permitirles ser ellos mismos, respetarlos. Es la única manera en que podrán desarrollar todas sus potencialidades y ser felices.




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